Al,
Siento
que necesito escribir, escribirte. Porque todos estos años fuiste una guía.
Porque te quise y quiero. Porque me haces falta. Y porque no sería yo si no me
pasase la vida recordándote aún ahí dónde ni siquiera te haya imaginado.
Aunque
suene absurdo, son más mis ganas de escribir que de saber cómo hacerlo. Y es
ahí donde he flaqueado. Cada vez que te pensaba, cada vez que mi necesidad de
escribirte crecía, también lo hacía mi miedo a transformar todos esos
pensamientos convulsos en palabras. Porque sí, te he pensado. Y también he
fallado. Porque la imaginación y las letras nunca me fueron suficientes. Y
busqué evadirte. Me mentí, nos mentí.
Creo
que ni tú lo recuerdas, pero no nos conocimos a los catorce ni a los quince. Fue
a los doce. Eras más pequeño, menos risueño y más extrovertido de lo que alguna
vez fuiste. No sé cuándo es que se fue apagando aquello. O quizás fingías
mejor. Pero yo me enamoré de eso aunque al mismo tiempo te envidiase por ello.
Solías
parecer siempre feliz, sonriente, sencillo. Tan fácil de leer que me daba
envidia pensar que no hubiese nada que te desanimase. Que tuvieses una realidad
tan distinta a la mía. Nunca pensé que un simple momento en el que tú
decidieses que yo existía y en que yo decidiese odiarte por existir nos
marcarían tanto. Qué ridículo.
Pero
vamos a empezar desde el inicio. Yo no era lo que se dice agraciada, tampoco
amable y ni de lejos una persona sociable. Es más, ni siquiera había notado que
existías porque si estaba en clase, era para descansar de lo que me rodeaba. Me
concentraba en clases y luego en fingir pertenecer a un grupo al que
consideraba estúpido.
Nunca
pensé realmente hablar con alguien. Y un día se te ocurrió que una persona con
la que me viste hablar era mi pareja. Y creí que con ignorarte bastaría. Pero
no parabas de hablar, nunca lo has hecho. Y como jugando, terminamos hablando
más de lo debido. Te alegrabas por mí y empezabas a hacer que los demás me
importasen. No sé si lo sabes pero después de ti no volví a ser la misma.
Estaba dolida, le había dado la espalda al mundo y tú me estabas regresando a
él.
Pero,
¿todo tenía que acabar en un momento, no? Y sí, acabó. Estabas algo ebrio y yo
no te pude perdonar ser un completo idiota. Luego te fuiste del colegio por
problemas personales. No lo entendí entonces pero dolió. Regresaste un año
después y fingías que yo tampoco existía. Nunca lo dije pero aquello también
dolió. De hecho, no creo que ninguno de los dos hable de aquello. Simplemente,
para ti existimos después de los catorce.
Empezaste
a hablarme por trabajos y yo fingí que no me importaba. Que no me importaba que
salieses con E, ni que la engañases con D, ni que también te importase muy poco
que A sintiese algo por ti. Fingí no notar que me usabas. Y en cambio empecé a
sentirme mal conmigo misma. Aquello tampoco te lo dije, pero sí fuiste la
primera persona.
Entonces
un día, te convertiste en una razón. Mi primer cigarrillo, la primera noche
fuera, las primeras escapadas. No fueron contigo pero fueron por ti. Aquello
tampoco te lo he dicho. Si hubieses estado, R nunca hubiese sido algo. Pero tú
siempre llegaste tarde, al igual que yo siempre lo he hecho contigo.
Comenzaron
a agudizarse los pleitos en casa, comencé a recurrir a Ana y Mía, comencé a
salir más y a vivir menos. Comencé a odiarte sin querer. Y un día, M regresó.
Nunca te lo dije pero a los doce, él me dedicó una carta. Me mentí diciendo que
me importaba. Que ahora que era diferente, era lo que necesitaba. Y cuando por
primera vez preguntaste si había alguien, te dije que si existía. Y en ese
momento, al menos yo creí que era así.
Pasaron
los meses y éramos más amigos. Aún me dolías pero también habías dejado de
importar. En aquel entonces dejaste de ser un motivo y te convertiste en uno
más. No podías contarte lo que me ocurría. No podía decirte que ya no quería
salir contigo porque temía que me hicieses comer. No podía decirte que no me
sentía bien en público ni que quería morir cada dos segundos por no poder
soportar la ansiedad.
Entonces
salimos en contadas veces, cada vez menos. Sentías que te dejaba, lo dijiste.
Pero no fui capaz de reconocerlo. Y un día, simplemente dejé de asistir al
colegio. No se lo dije a nadie, pero ver que M prefería a otra me dolió. No por
él, sino por ti. Porque la mentira me recordó a la realidad. Y porque todo era
muy pesado. Ese mismo día, después de ver a M, supe que era el fin.
Me
transferí a la academia y te dejé atrás. Me quitaron el celular, internet y
empezaron las consultas médicas. Dejaste de importarme. Ahora solo odiaba y
amaba a Ana y Mía. Había llegado a los 55 kg. Y una parte de mí ya no soportaba
seguir por menos.
Me
contaron que me buscabas, que ibas a mi casa y que yo nunca estaba, que
llamabas y nadie atendía. No fue hasta que me devolvieron el celular en que te
vi de nuevo. Pero yo ya no era la misma. No te dije que lo hice por otra
persona, que quería rechazar a alguien y tú eras solo un pretexto. Que te hice
ir a recogerme al instituto por juego.
No te
dije que me importaba muy poco que ahora vinieses cada vez. No te dije que
notaba que te interesaba desde hace mucho. No te dije que ya había caído en
cuenta de a qué jugabas.
Entonces
fui egoísta. A pesar de notar que habías perdido peso y que debería apoyarte,
siempre te quise para mí. Tu relación se fue a la mierda. Terminaron porque
ella pensaba que yo te importaba demasiado. Ahora lo sé. También sé que tu
hermano me odió por eso, porque pensaba que solo me aprovechaba de ti. Y era en
parte cierto. Te usaba para sentirme mejor. Pero yo creía que era la amistad
que teníamos, que habíamos formado. No noté que yo de verdad te importase.
Luego
quisiste decírmelo varias veces, y en todas te desvié. Hasta que ya no pudiste
más y habías decidido dejarlo. Qué curioso que en ese momento tuviese que irme
de nuevo. Y no lo soportaste, me buscaste una vez más. En ese momento no lo
supe, pero eras dependiente. Amabas que lo decidiese todo por ti, que te
guiase. Eras tan tonto que no notaste que tú me eras necesario a mí, que tú
siempre me guiaste, que si hubieses sido más valiente como con las demás, yo te
habría valorado.
Pero
ambos fuimos cobardes. Yo cuando empezamos y tú cuando no pudiste.
Lo
pospusimos, al igual que nuestros encuentros después de eso. Aún lo seguimos
posponiendo. Ahora tienes una familia que te espera pero que te ofusca. Aún me
llamas cuando las cosas van mal, cuando me necesitas, cuando me extrañas. Y yo
lo hago cuando no está quien quiero.
Hoy
nos descubro.
Descubro
que siempre estuviste ahí. Y que yo también te quise. Pero nos mentí demasiado.